viernes, 20 de junio de 2014

«No abandonaremos el campamento hasta que nos devuelvan el trabajo»

  • Los catorce exempleados de Gamesa que piden su readmisión cumplen hoy cuarenta días durmiendo frente a la sede de la empresa en Torremolinos

  • Seguir durmiendo comienza a hacerse imposible sobre las ocho de la mañana, cuando el sol llega para quedarse en el polígono industrial de El Pinillo, en Torremolinos. Los catorce trabajadores despedidos de un parque eólico de Campillos inician una nueva jornada asentados frente a la sede de Gamesa, en protesta por lo que consideran «una represalia sindical». Bajo el único resguardo de dos toldos, conviven desde hace cuarenta días en un improvisado campamento compuesto por colchones hinchables, esterillas, una nevera, camping gas, un barreño donde fregar los platos y sillas y mesas de playa. Y avisan: «No pensamos marcharnos hasta que nos devuelvan nuestros puestos de trabajo».

La historia se remonta a 2011, cuando los empleados de la empresa Ges Siemsa, subcontratada por Gamesa, llevaron a cabo una huelga que finalizó con el despido de tres de ellos, readmitidos meses después por una resolución de la Inspección de Trabajo. A comienzos de este año, Efacec Sistemas logró la explotación del contrato de mantenimiento del parque y alegó exceso de plantilla para cesar a catorce trabajadores, el máximo posible sin acudir a un ERE. «Hace tres años reclamamos nuestros derechos, pero una vez zanjado el asunto seguimos trabajando e incluso aumentamos la productividad de la empresa. Ahora, con la excusa de la subrogación, catorce de los empleados que fuimos parte activa de la huelga hemos sido despedidos, pero se ha contratado a diecinueve personas», explica el portavoz del colectivo, Jordi Luque.



«Solo pedimos la readmisión, nada más»
Sus reivindicaciones comenzaron con pancartas y lemas gritados a través de un megáfono, pero hace cuarenta días decidieron instalarse de forma definitiva frente a las oficinas de la empresa a la que consideran culpable directa de sus despidos: «Solo pedimos la readmisión, nada más». Convertidos en una forzada microsociedad, deciden cada nuevo paso en lo que llaman «asambleas nocturnas», reuniones que se prolongan hasta la madrugada y en la que buscan consenso antes de tomar decisiones sobre los asuntos del día. Así acordaron viajar a Madrid para trasladar sus quejas hasta el hotel en el que se celebró la Convención Eólica 2014. «Es una inversión de tiempo, dinero y energía, pero tenemos la certeza de que llevamos razón», aseguran.
Desde su asentamiento, han contado con la ayuda de vecinos y asociaciones, que se acercan cada día con botellas de agua, cartones de leche, cajas de fruta, dulces, legumbres o pasta. Algunas donaciones proceden de fuera de la provincia, como una compra de productos básicos enviada desde Granada. También las empleadas de limpieza de la Universidad de Málaga, en pleno conflicto con la empresa que tiene la concesión de sus servicios, han mostrado su solidaridad: «Una de las razones por las que queremos que acabe todo es para devolver la generosidad recibida por parte de una lista interminable de personas».
A pesar de que la protesta les ha obligado a aparcar momentáneamente su vida personal –«Cada familia se lo toma de forma diferente»–, afirman que les queda ánimo para rato, incluso cuando el juicio, previsto para julio, podría retrasarse hasta septiembre: «Aquí seguiremos». Pero la vida fuera de este desangelado polígono continúa y uno de ellos se casará en unas semanas. Sus trece compañeros aún no saben si podrán asistir al enlace, pero todos tienen claro cuál sería el mejor regalo de boda posible.

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